

Los pibes del grado de Nivelación de la Escuela Nro 19, visitaron el Centro Educativo Comunitario y la radio para contarnos las actividades que llevaron adelante este año en los talleres de plástica y cocina
Ahí va Lola
El martes 15 de septiembre, empezó a rodar la segunda “Biblioteca a bordo” de un 1114. Esta vez, se trata del micro de Lola. Ella había llevado ya alguna vez libros para el viaje, pero ahora hubo dos importantes cambios que tal vez hicieron la diferencia. Por un lado, la selección de libros es otra: antes fueron libros “repetidos” de la biblio, o los que tal vez nadie extrañaría en la sala, pero esta vez fueron muchos libros nuevos y más variados. La otra diferencia es la posibilidad de que los chicos los lleven prestados a sus casas, cosa que antes no sucedió.
Además, de la primera experiencia con Vicky observamos que el momento de elegir los libros se complicaba si todos lo chicos tenían que buscar en el cajón al mismo tiempo. Entonces decidimos llevar una tela para disponer los libros sobre ella. Así que, como llegamos a la parada con tiempo, pudimos acomodar la tela contra una pared de ladrillos. Se veían todas las tapas de los libros. Recortados contra el fondo del bajo autopista, daban colores al paisaje de este rincón de Carrillo que es tan diferente a Martínez Castro, como si fueran dos barrios diferentes.
Lola ya les había dicho a los chicos que íbamos a llevar los libros y nos contó que ellos festejaron la idea. Ya a la mañana temprano Rocío y Diamela me preguntaron en la biblio si iría con ellos en el micro y dijeron “¡¡¡Siiiiií!!!!” cuando les respondí que nos veríamos en la parada. Por eso me asombró cuando las vi llegar corriendo y abrazarme. Me pregunto qué puede haber significado para ellas que nos encontremos en un lugar diferente de la biblioteca. Tal vez se sintieran jugando de local y recibiéndome como visitante?
Los libros sobre la tela llamaban mucho la atención, los chicos los miraban con ganas…y como había poco tiempo, enseguida contamos la propuesta. Les pregunté donde leían ellos y respondieron “en casa”, “en la escuela”, “en la biblioteca”. ¿Y alguna vez leyeron mientras viajaban? Volvía preguntar. Sólo algunos dijeron que sí. “bueno-continué- la propuesta es que estos libros viajen con ustedes…que el que quiera pueda leer en el camino a la escuela y también llevar el libro que elija a la casa…”
Mientras elegían, pudimos ir hablando con ellos y con los adultos que los acompañaban. Creímos que era importante decir algunas cosas como por ejemplo, que no era obligatorio elegir un libro, ni leer, ni llevarlo a casa. Que se trataba de una invitación, no de una obligación.
Fue gracioso, y toda una oportunidad para destrabar algunos prejuicios, un diálogo como el que sigue:
-¿Se puede empezar a leer un libro y dejarlo sin terminar?
-Noooo…-respondían a coro los chicos.
-Claro que se puede-les aclaraba- quién dice que los tenemos que leer enteros sí o sí? ¿Y se puede elegir un libro pensando que nos va a gustar pero que después no nos guste?
-Nooooo…- volvía a responder el coro de “alumnos”, como evitando la herejía de que fallen las hipótesis lectoras que se ponen en juego en la elección de un libro.
-¿Cómo que no? A mí me pasó muchas veces de darme cuenta de que un libro no me gustara una vez que lo empezara a leer y decidiera no seguir leyéndolo, cambiarlo por otro…a alguno de ustedes les pasó?-y la mamá de Julián, desde lejos, asintió con la cabeza y la risa.
No era un detalle menor poder hablar de estas cosas. Sobretodo que las oyeran los adultos. Porque sería un despropósito que una propuesta como esta terminara siendo una obligación para los chicos, un mandato de los adultos…
Así fueron eligiendo y subiendo al micro. Lola iba anotando en la planilla los préstamos. Durante el viaje, muchos de los chicos fueron leyendo. En los asientos de adelante, la mamá de Julián leía para sus hijos. En otro lugar, una nena de primer grado leía en voz alta. Cuando le pregunté si le iba a mostrar el libro a alguien en casa me respondió “lo voy a leer con una amiga que vive abajo”. Me imaginé la escena de esta nena compartiendo el libro con una vecina amiga y supe que sólo por eso, ya hubiera sido suficiente todo el movimiento que hicimos. Ahora que sigo pensando en eso, se me cruzan por la mente las exigencias de hacer informes cuantitativos de nuestro trabajo y estoy convencida de que es imposible reducir esto a un número, reflejar mínimamente esto a u número. ¿Hay relación entre una situación de lectura “escolarizada” donde treinta alumnos buscan adjetivos en un cuento y son calificados por eso, con una nena, una solita, que esta tarde compartirá un libro con una amiga, sin que nadie se lo mande? ¿Pueden los números hablar del impacto que una y otra cosa tendrán en la tan mentada “formación de lectores”?
Otras escenas: Celeste…¡La misma Celeste que nos encontramos retando un poco cada día!...casi terminó El secreto de la bruja en el viaje, y se bajó del micro diciendo que sólo le faltaba una página.
Hablé con dos nenas que nunca vinieron a la biblio, acerca de todo lo que pueden encontrar allí (ojalá vengan…)
Un nene lloraba porque quería la historieta de Batman y ya la tenía otro. No alcanzó la explicación de que mañana podría tenerla para que alzara la cabeza.
Rocío y Diamela, leían sus libros sentadas juntas. Hermosas. Una experiencia más de lectura para ellas, que se van enriqueciendo. Se me ocurre que desde su entusiasmo podemos hacer otras cosas: tal vez preparar con ellas en la biblio unos minilibros para que le lleven a sus compañeros de micro…me quedo pensando en las posibilidades.
Claro que sucedían más cosas simultáneamente. Y el viaje es bastante corto, así que esto es lo que ví, a lo que me pude acercar.
Y Lola, alegre, desenvuelta. Hablamos con ella de que nos hiciera los comentarios que necesitara según fuera observando lo que sucedía en los días siguientes, para poder hacer los cambios que mejoren las cosas.
Pues bien, ahí va otro micro con libros.
¿Se imaginarán lo que sucede allí adentro los que ven pasar a este 1114 lleno de chicos con la cabeza gacha?
(no están dormidos, estás leyendo)
María Inés
16 de septiembre de 2009
La mayoría de las veces que llegan libros nuevos a la biblioteca, “la bibliotecaria” que está dentro de mí hace la tarea que aprendió en Bibliotecología: revisar cada libro, sellarlo en la portada y en la página clave, clasificarlo, prepararlo para el préstamo…y a su lugar entre los demás. Puede suceder entonces que “la novedad” se disuelva entre los estantes, o que mediante propuestas especiales y recomendaciones, los libros nuevos sean presentados a los lectores. Aunque más de una vez, muchas veces más que una, me sorprendí viendo cómo los chicos parecen tener un radar para encontrar los libros nuevos entre los que ya conocen sin haberles dicho una sola palabra acerca de ellos todavía.
Cuando llegan libros nuevos a la biblioteca sucede también que nosotros, los profes, somos los primeros en verlos, en tocarlos…como moscas en la miel…y hay que vernos metiendo mano, abriendo ojos, soltando risas y suspiros, comentándonos primeras impresiones, festejando la llegada.
Pero hoy fue distinto. “Algo” en la caja, en el afiche, dejaba claro que los libros son para los chicos, los llamaba, detenía nuestro impulso adulto y docente de querer ver primero. Había libros recién llegados invitando a la ceremonia de presentación, a una fiesta de bienvenida.
La decisión fue entonces, dejar lugar para que sean los chicos los primeros en verlos, que seamos nosotros junto a ellos y no nosotros antes que ellos. Y fue una buena decisión, porque nos puso a la par, nos emparejó en la situación de lectores curiosos en un primer contacto con los libros nuevos.
Juntamos algunas mesas, pusimos un hermoso mantel rojo y sobre él, la caja, envuelta en una tela verde como un paquete de regalo. Y sobre la caja, el afiche doblado, el mensaje que esperaba.
Como todos los días, hay un momento después del almuerzo, en que hay varios chicos esperando para entrar a la biblio. Ahí hacen la tarea de la escuela o se quedan leyendo mientras esperan el horario de alguno de los talleres que hay en el Centro Educativo. Así que cuando entraron, enseguida vieron el paquete que esperaba y empezaron las preguntas y levó la curiosidad. Las maestras y los chicos de Apoyo escolar se sumaron a la propuesta, porque todos ellos participan mucho de la biblioteca. Guada y Ceci estuvieron convencidísimas de que la propuesta de recibir los libros merecía acomodamientos horarios y de las actividades de su taller. LA tarea de la escuela tendría que esperar. A nadie se le ocurriría que uno de los chicos se perdiera por eso lo que iba a pasar. ¿Cómo iban a faltar Brisa y Nayeli si lo primero que hacen cada vez que entran al CEC es pasar por la biblio? ¿Habría algo más importante para Ditter o Eugenia en ese momento? Ni hablar de las ganas que tenían “las seños” de perderse entre libros junto a sus alumnos.
Y sí, algo había que decir. Les hablé brevemente de cómo se va formando el fondo documental de la biblio, de dónde y por qué llegan libros. Hablé del Ministerio de Educación (¡Mi-nis-te-rio de educación! Me pregunto a qué les habrá sonado) , de sus responsabilidades y propuestas….y de la decisión de que haya en barrios como Carrillo los mejores libros para ellos…nada más. Breve, pero dicho.
Entonces le pedí a Ditter que se fijara qué decía el papel que estaba sobre el paquete y él lo desplegó. Otros chicos leyeron: ¡Llegaron los libros! Prestamos atención a la alegría que transmite la imagen de la nena del afiche, vimos libros como globos, como barriletes, elegimos un lugar en la biblio para dejarlo pegado.
Entre todos desenvolvieron el paquete, abrieron la caja, empezaron a sacar los libros. La verdad es que no hizo falta demasiada advertencia nuestra acerca del cuidado. Este será uno de los reflejos del trabajo sostenido al respecto. Así, que muy relajados enseguida nos encontramos leyendo, mirando, nadando entre los libros, acariciando sus diferentes texturas, dejándonos sorprender, dialogando con ellos y entre nosotros.
Algunos chicos fueron señalando cuáles eran libros que ya teníamos en la biblio…y celebramos la posibilidad de tener más de un ejemplar, para poder llevarlos a casa. Nayeli y Brisa relacionaron los libros de Browne entre los nuevos y los que ya estaban en la biblio (los conocían de la escuela). Eso estuvo muy bueno, parecía como si les dijeran a los libros “Tranquilos recién llegados…Miren, acá hay algunos hermanos de ustedes”, porque los acercaban, los comparaban, los apilaban.
La escena era infinitamente rica. De lejos podría verse como mesas con un montón de libros desordenados y lectores desordenados también, en un revoltijo sin sentido (a más de un bibliotecario le hubiera subido la presión). Ah! Pero acercase y empezar a mirar y a escuchar era descubrir lo que sucedía con cada uno y entre todos, entender y disfrutar, asombrarse.
Había quien elegía un libro y se retiraba de la mesa buscando un rincón más tranquilo, y quien leía solo, pero en medio de un carnaval, como suspendido entre el movimiento y el barullo como si no existieran, o por lo menos como si no le molestaran. Pero la mayoría de los chicos, quería compartir cada descubrimiento con las maestras o conmigo. Pedían que les leyéramos o nos leían a nosotras. Algunos compartían cada acción con un compañero y la aventura era de a dos. “¡Mirá, mirá!” era la música de fondo incesante.
(…)
Tenía que irme y los chicos también. Llevó un tiempo de amables pedidos para que acabáramos de guardar los libros en la caja otra vez. Y ahí quedaron las ganas, una punta en cada chico y la otra punta entre los libros que por esta vez, volvían a la caja. Y sí, por lo menos tengo que sellarlos con el nombre de la biblioteca.
¿Se habrán sentido los libros bienvenidos? ¿Qué cosas se habrán comentado entre ellos esta noche, adentro de la caja, acerca del estreno, del encuentro con los chicos?
María Inés
1 de julio de 2009
Conocemos a “los pibes de la esquina” desde hace muchos años. A algunos de ellos los vimos pequeños, divertidos y pícaros, creciendo entre adversidades. Creciendo hasta perder la picardía y la inocencia infantil, cambiándolas por cuerpos flacos y castigados, por rostros serios y horizontes inciertos (o más bien con algunas certezas que los fueron convirtiendo en “delincuentes juveniles” según la tipología que la sociedad en general les atribuye). Siempre intentamos que participaran del CEC, muchas veces tuvimos conflictos complicados y tristes con ellos.
Yo pensaba que no los iba a ver más por el Centro, pero se ve que el edificio nuevo y el equipo actual de trabajo invitan.
Ayer entró Emanuel a la biblio. Preguntó por un libro “de la tierra”. Como siempre, como en cada consulta, empecé a charlar con él para entender mejor qué información necesitaba. Como él no lo tenía tan claro, le pedí que fuera a buscar su carpeta y volviera. “bueno, después veo, más tarde” dijo y salió. “Chau-pensé, no vuelve más, no le tendría que haber pedido eso…”
Pero al rato ahí estaba Emanuel, con su carpeta y su pequeña hija en brazos. Sé que mis compañeros entenderán por qué digo que esa imagen fue la felicidad para mí.
Entonces le presenté a Leo y juntos sacaron adelante la tarea. Muchas veces lo miré a Emanuel. Se veía bien, a gusto en la biblio y con nosotros. Se fue después con la tarea completa y la invitación de Leo para volver cada vez que necesite ayuda con las cosas de la escuela.
Sentí que era posible desandar el camino que lo fue alejando del CEC. O que era posible crear otro.
Mari